miércoles, 9 de septiembre de 2020

SIN LUGAR PARA PERDEDORES


Vengo a traerles un cuento. Este cuento fue una tarea que me pidieron para la facultad, y como me suele suceder, dejé la tarea para último momento; cuando llegó la hora de ponerse las pilas no sabía qué contar. Al rato me vino una idea a la mente: fútbol. La historia no tenía que ser muy extensa, así que puse manos a la obra y el relato fluyó sin más. Tomé un poco de inspiración en un famoso partido de hace treinta años, sin más espero que os guste: 






SIN LUGAR PARA PERDEDORES





Hace muchísimos años, durante una tarde de otoño, se disputó un partido. Parque Ameghino fue escenario del recordado encuentro. Juan Carlos, a quién apodaban "El Diez" era la figura estelar de la cancha, había convertido cuatro goles (solo en el primer tiempo). Sus compañeros no ahorraban elogios, la hinchada se rendía a sus pies, entre ellos estaba Raquel, su novia, que no paraba de tirarle besos a distancia.

Sus rivales no tomaban a bien el hecho de recibir una goleada y menos soportaban la buena fortuna de Juan Carlos, a quién consideraban un imbécil de pies a cabeza a pesar de su innegable talento. El capitán del equipo rival reunió a sus compañeros en círculo, pidió a gritos un cambio de mentalidad. No solo era cuestión de poner huevos y remontar el resultado adverso sino darle un tratamiento especial a Juan Carlos.

Según el capitán si eliminaban al talentoso diez de la ecuación el partido se resolvía fácil. Uno sugirió contaminarlo, otro que había que ir directamente a los tobillos, romperlo sin piedad, otro más sensato se limitó a decir que lo marcaran bien, que no le dejen espacio para jugar, éste apenas fue escuchado.

La idea de la contaminación despertó el interés del capitán, terminó optando por esta. El cerebro detrás del plan, un joven pecoso de rulos, sacó de su mochila un blister de Valium. "Hay que picar esto rápido muchachos" indicó, los muchachos se pusieron manos a la obra. Pulverizaron todas las pastillas hasta dejarlas hechas polvo, luego el pecoso pidió una botella de agua, se la dieron, introdujo todo el polvo en la botella y empezó a batir. "Esto nos dará la gloria" expresó maliciosamente, y agregó: "solo necesitamos un cómplice externo". El capitán respondió que su hermanito menor se encontraba en la hinchada, que él podía colaborar.

El segundo tiempo comenzó y rápidamente Juan Carlos, de chilena, anotó otro gol, el quinto en su cuenta personal, dejando a los suyos con una amplísima ventaja (a priori irremontable). Pero Juan Carlos, que no paraba de transpirar, exclamó: "¡una botellita de agua por favor!". Con gran celeridad se acercó el hermanito del capitán rival, ¿quién podía sospechar de un niño? El Diez agradeció el gesto, hizo fondo blanco y regresó al juego.

Poco pasó y el rendimiento del diez decayó. Se sintió mal, mareado, vomitaba a diestra y siniestra, ya no corría: literalmente se arrastraba, un espectáculo vergonzoso. Tendido en el césped extendió sus brazos, pidió a gritos que lo sacaran de la cancha. Sus compañeros lo llevaron en andas, Raquel entristecida no paraba de soltar lágrimas, la hinchada se volvió un velorio.

Los rivales festejaban el éxito de su plan, aquella tarde lograron empatar épicamente el partido, la cosa se definió por penales, perdieron.


1 comentario:

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