jueves, 4 de junio de 2020

EL MAPA


Bueno esto no es más (ni mucho menos) que una re-escritura de un post que escribí hace seis años y que traté de publicar tempranamente en Taringa! (cuando valía la pena publicar contenido a pesar de la clara tendencia a copy-pastear de la mayoría de los usuarios, ahora que el tiempo pasó dicha página se degradó, no es más que una cloaca cibernética).  Aquel post  se titulaba "me convertí en ladrón", en el cual narraba un hecho real de mi adolescencia a mi manera: exageradísimo. 

Recuerdo haberlo publicado en Taringa! tantas veces que un día me cansé que los moderadores lo borraran a cada rato y desistí de la idea. Era entendible: mi texto no era lo que se dice: "moralmente correcto", más bien era visto como una trolleada. Algunos usuarios felicitaron mis ganas de hacer enojar gente. Pero bueno, el mencionado post vive en mi blog y lo pueden leer acá.

En el último tiempo se me ocurrió darle una vuelta de tuerca a dicha historia, pasó de simple anécdota boba a un cuento. Y según mi opinión quedó bastante bien la cosa(?) igualmente pueden juzgar por ustedes mismos. Espero que os guste.



EL MAPA (título provisorio)
korram oel yb






Me cansé, me cansé de tener que lidiar con esto, quiero sacarme el maldito peso de encima y por eso hoy decido contarlo, quiero despejar todo tipo de dudas. Mi integridad se vio últimamente mancillada, debido a que alguien en quién confiaba, habló de más, y ahora mis colegas del Club de Literatura no paran de recordármelo en-cada-maldita-reunión. ¡Como si hubiera cometido el peor de los crímenes! No tengo tiempo para esto. 

El siguiente texto seguramente presente fallas, es normal, escribo apurado, es un día lluvioso y el día no se presta para demoras como tampoco se prestaba aquella vez, cuando sucedió... aproximadamente siete u ocho años. Perdónenme si mi escrito no es lo suficientemente digno de un literato, ya los amargados del Club de Literatura me lo van a echar en cara (la triste consecuencia de querer pertenecer), como dije antes: escribo apurado.



El hecho ocurrió hace siete u ocho años, no puedo establecer una fecha exacta pero estaba en plena adolescencia y uno en esa etapa no toma las mejores decisiones (para qué mentir, mayormente un adolescente vive de estupidez tras estupidez). Ese día tenía un importante examen, me había levantado tarde, demoré en todo: bañarme, vestirme, desayunar, cepillarme los dientes, atarme los cordones del zapato y lo que se imaginen; las posibilidades estaban en mi contra. Entiendan: a esa edad nadie se toma la educación en serio a menos que sea por las malas, y yo estaba contra las cuerdas, no quiero ser reiterativo pero ese día había examen, de geografía. 

En otra ocasión no me importaba comerme media falta, era conocido por ser el "Rey de las medias faltas", pero había una regla inquebrantable: si un alumno demoraba más de treinta minutos de comenzado el examen automáticamente obtenía reprobado por inasistencia. Nada de perder tiempo en elaborar discursos lastimosos baratos, en soltar lágrimas: media hora tarde y chau, reprobado. La maestra Rifenstahl (creo que escribí bien su apellido) era la más rigurosa del instituto y no le iban esas tretas sentimentaloides. Para colmo de males de casa al instituto tenía un buen tiempo de viaje y el autobús iba lento, comencé a ponerme nervioso, a morderme los labios, a golpearme las rodillas, esto no me podía estar pasando. 

Para cuando llegué me di cuenta que me faltaba algo: un mapa, de nuestro país, físico-político, número 3. Estaba a unos pasos de la entrada, el portero Williamson que exhalaba humo de su cigarro —típico— me había echado una mirada. Se decían cosas raras acerca de este personaje, bastante turbias a decir verdad pero que no vienen a cuento ahora. Tenía que comprar un mapa, sin mapa no valía la pena siquiera presentarse. Había perdido veinte minutos de examen, ya me figuraba a la maestra Refenstahl humillándome delante de la clase, haciéndome pasar la peor tarde de mi vida tildándome de mal ejemplo. 

Crucé a la librería de enfrente, pleno semáforo rojo, una moto me pasó al lado, no importó, no tenía tiempo.  Y entonces resulta que la librería estaba invadida de gente, ¿de dónde diablos salieron tantos clientes? 

Me abrí camino a empujones entre toda la gentuza para enterarme que la librería estaba siendo atendida por un solo individuo: una anciana, que procedía con la celeridad habitual de su franja etaria: lentísimo.  Se la conocía vulgarmente como la vieja de la librería, dicho apelativo me parecía justo, la anciana era un dolor de cabeza a la hora de atenderte. Su arrugado rostro miró el mío y levantando el dedo indicó que por favor hiciera la fila como todos los demás. Desesperado empecé a pensar una solución a mi sufrimiento. 

El lugar era grande, el estante donde yacían los mapas se ubicaba lejos del mostrador, levanté mi vista hacia el techo inspeccionando si había alguna cámara, no vi ninguna. Tampoco vi uno de esos carteles de "Sonría, lo estamos filmando". No podía darme el lujo de esperar, situaciones excepcionales requieren medidas excepcionales.

Lentamente fui acercándome al estante de los mapas, aproveché la cantidad de gente aglomerada y con toda la discreción del mundo tomé el mapa que necesitaba, lo escondí en mi chaqueta, habían un montón de esos, nadie notaría nada raro. Despacio, sin levantar sospechas, controlando mis nervios, salí de allí sin pagar.

Cinco minutos habían pasado, quedaban cinco. Esta vez antes de cruzar la calle decidí esperar a que el semáforo se pusiera en verde (fue una eternidad), cuando estuvo en verde entré a las corridas al instituto, el portero Williamson me dio la bienvenida, por consejo de mi madre no devolví el saludo. Apuré mis pasos y me dirigí al salón, mis compañeros de clase estaban con la cabeza gacha como apagados, con sus ojos firmes en la hoja del examen. "Llega tarde" se quejó la maestra, "tome su hoja y siéntese de una buena vez" finalizó. Respiré aliviado.

El único asiento disponible era el de adelante de la fila del medio, el más próximo a la señorita Riefenstal, le gustaba que la llamen "señorita" a pesar que rondaba los sesenta años —y con un estado físico deplorable a cuestas—. Nadie quería sentarse allí, obviamente. A todo  esto no había estudiado tanto, videojuegos ocuparon mi atención la noche anterior, aún así confiaba en mis conocimientos; atrás quedaron los momentos de zozobra, tenía que sentirme afortunado después de lo vivido. 


Aquí concluye este episodio de mi vida. Si les interesa saber, sí, aprobé el examen de geografía, no con la mejor nota pero cumplí el objetivo. Pueden sentirse libres de juzgarme, ahora bien: ¿soy un ladrón? ¿Un hecho de hace de miles de años me define como tal? (Ok, "miles" es metafórico no lo tomen literal.) A lo que voy: en todo caso lo fui, utilicen  tiempo pasado por favor, además lo fui movido por las circunstancias, no veo lo grave, en cierto punto mi accionar fue justificado. 

También quiero agregar que crecí y he progresado desde entonces, me volví un mejor ser humano: conseguí un empleo bien remunerado, le propuse matrimonio a mi novia (no le gustó, rechazó mi propuesta), aprendí tres idiomas, adopté un perro de la calle, adopté al niño más feo de un orfanato, adelgacé (dejé de comer carne de hecho), me anoté a un curso de yoga, bebo agua mineral todos los días, bebo licuado de verdura todos los días, dono sangre anualmente, me hago limpiar el colon anualmente, no fumo, le tiro monedas a los mendigos, voy a la iglesia, ayudo a los ciegos a cruzar la calle evitando que un auto los pise, en fin... Gracias por leer.


FIN